Hoy en día sentarse a escuchar un disco de principio a fin se puede considerar un acto revolucionario.
Texto: Carlos Lacorte
No es ningún secreto que el mundo actual en el que vivimos está inmerso en una vorágine de consumo con productos lanzados al mercado con una fecha de caducidad bastante más próxima de lo que cabría esperarse. Vive deprisa, consume (y deprisa). Y la música, como fiel acompañante histórico, y a veces hasta precursora de los cambios de la sociedad, no ha podido salir ilesa de esta fórmula (o al menos ya se han encargado las grandes discográficas de que así sea).
Por eso, hoy en día sentarse a escuchar un disco de principio a fin puede parecer incluso hasta un acto revolucionario. Al igual que posicionarte en contra de la sociedad y desligarte de ella, al menos durante el tiempo que dure el disco; disfrutar de la obra como el artista la ha concebido e intentar descifrar el mensaje que ha tratado de emitir o alejarte de la fórmula de todo éxitos y desmembramiento del disco en lanzar la mitad de canciones como singles.
Se han encargado muy personalmente de meternos con calzador la idea de crear un Frankenstein a la inversa con los lanzamientos discográficos: primero nos presentan el máximo exponente del disco con el single principal y luego progresivamente nos van introduciendo cada matiz del mismo sin que podamos captar muy bien la esencia del disco, enfocándose en el disfrute inmediato en detrimento de la obra completa. Los que disfrutamos de la obra en su totalidad nos parece intolerable que se nos presenten cinco de las ocho canciones de un disco en forma de singles inconexos entre sí. ¿Estamos dispuestos a perder esa maravillosa sensación (que para mí es uno de los mayores placeres de la vida) de escuchar por primera vez ese disco que llevamos años esperando? Yo tengo clara la respuesta.
Ecos de un pasado… ¿mejor?
Aunque la tendencia de lanzamiento de singles se haya incrementado con el paso del tiempo, hubo una época en la que estos servían únicamente al fin de la obra completa. Hablo de la época donde se lanzaba el single de siete minutos presentándonos lo que íbamos a encontrar en el disco para que, si nos gustaba la carta de presentación, adquiriésemos la función completa. Pero claro, corrían tiempos mucho más analógicos donde la manera de consumir música era mucho menos democrática y menos accesible al público. Aun así, si el artista era muy prolífico musicalmente y contaba con mucho material, se lanzaban canciones destinadas a estar en un segundo plano como cara B del single que, a veces, conseguían hacerse más populares que la cara A (o si no, que se lo digan a Oasis).
Esta fórmula de bombardeo de singles no se la podemos reprochar a todos los cantantes, ya que los artistas emergentes o se valen de estas fórmulas o, seamos sinceros, su crecimiento se ve mermado significativamente. Hoy en día, necesitas tener enganchado al público regularmente o tu música está destinada a ser arrasada por el torrente de la rapidez de consumo, lo cual pone el foco en nosotros, los consumidores: ¿Por qué necesitamos estar estimulados periódicamente para mantener nuestra atención? (Pregunta válida para más ámbitos de los que me gustaría admitir).
Abandonando el terreno de los artistas emergentes, centrémonos en aquellos que verdaderamente tienen el poder de cambiar la industria, aquellos que no necesitan ser noticia constantemente para tener toda nuestra atención (y nuestros billetes) cuando sacan contenido: los pesos pesados de la industria. Artistas que no necesitan hostigar constantemente nuestra atención ni nuestra biblioteca musical. Aquellos que deberían estar centrados en su obra por la comodidad que les otorga ser los peces gordos de la industria sin tener que preocuparse de nada más que de hacer bien lo que mejor saben hacer. Esos son los que de verdad tienen el poder para cambiar la fórmula actual en beneficio de todos, tanto de nosotros (sus oyentes) como suyo propio por no dejarse parte de su obra por el camino.
Todo imperio cuenta con su resistencia, y la música no iba a ser menos
Aún teniendo todo en contra, hay quienes deciden no seguir esta tendencia. Hay quienes deciden abandonar el botón de aleatorio para iniciar una revolución de andar por casa, una revolución que no suele venir sola, ya que suele venir acompañada de un modo de vida. La mayoría de la gente que le da una oportunidad a la música de semejante tamaño suele ser la misma que sigue reivindicando el formato físico a capa y espada, la misma que sigue disfrutando ir a su tienda de discos favorita y comprar allí el álbum de ese artista que lleva tanto tiempo siguiendo o simplemente disfrutar ojeando el catálogo.
Y, aunque las discográficas dicten que su manera de consumir música es la única valida hoy en día, aún quedan personas que disfrutan con el placer de abrirse una cerveza y ponerse el último disco de su artista favorito o revisar aquel que se sabe hasta el último acorde. Este discurso no está sostenido únicamente por los románticos que disfrutan de la música en formato físico o están alejados del mainstream. Claro ejemplo de ello lo encontramos en artistas como Rosalía que, con su último disco El mal querer (2018), nos habla de una relación tóxica y el viaje que hace la mujer hacia el empoderamiento, confirmándonos que los álbumes conceptuales hace mucho tiempo que dejaron de ser exclusivos del rock.
Por lo tanto, razones encontramos de sobra para no pulsar el aleatorio cuando empezamos a escuchar un disco. Ya bien sea porque una barcelonesa con raíces flamencas nos quiere hablar del empoderamiento femenino o porque un Duque Blanco inglés muy elegante nos está hablando de su bisexualidad y cómo es lidiar con esta siendo una estrella de rock en los años 70. En definitiva, si te ha parecido lo suficientemente convincente y quieres unirte a la revolución, te espero en el lado de la resistencia con una cerveza bien fría y un plato a punto de empezar a girar.